martes, 6 de septiembre de 2011

Borgata

Borgata

La cuidad de hombres: para llegar a Borgata es imprescindible subir a un barco, una canoa, o cruzar a nado ya que queda del otro lado de la luna……
Para llegar a la cuidad hay que atravesar el mar, no sobre, …..si no a través y es necesario llevar un bastón, una vara, un palo, porque allí todo es de cenizas…. Polvo….piedritas… roca caliza….que se formó por la lluvia y el viento.

Una espesa capa de ceniza gris hace dificultoso el caminar de los habitantes,y si no se conocen donde están ubicados los pozos, corres el riesgo de caerte, de hundirte y que nadie te encuentre jamás….

Esta ciudad, negra…… blanca…. Gris….inolora…. tibia….. volátil….. seca…. sólo se espera que pase el tiempo, se vive echados en las columnas borrachos de tanto polvo, durmiendo sobre las rocas o buscando algún deseo enterrado en las cenizas que alguna vez alguien dejó.

La soledad…..el aburrimiento…. el hambre y otros sentimientos…… hacen que los habitantes se suiciden, este fenómeno ocurre cinco y seis veces al día…

Las personas eligen, abrazan un roca que es lo único que hay ante sus ojos, y entregan su cuerpo al fondo del mar, dónde ahí al cabo de cinco o seis horas regresan, emergen de la profundidad pero esta vez no como habitantes de la ciudad de Borgata, ni como musgo, ni como raíz de orquídeas, sino en un puñado más de cenizas
y……………………………….

Romina Torres 2°año Primario




Romina Torres 2°año Primario

Las ciudades y los ojos


FilidesLas ciudades y los ojos Italo Calvino

Al llegar a Fílides, te complaces en observar cuántos puentes distintos uno del otro atraviesan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o por rosetones; cuántas especies de pavimentos cubren el suelo: cantos rodados, lastrones, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por los muros de la fortaleza, las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. “Feliz el que tiene todos los días a Fílides delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene”, exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla sólo rozado con la mirada. Te ocurre a veces que te detienes en Fílides y pasas allí el resto de tus días. Pronto la ciudad se decolora ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cúpulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas en zigzag de una calle a la otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allá una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no te fijas. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es un espacio donde se trazan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el camino más corto para llegar a la tienda de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos persiguen no lo que se encuentra fuera de los ojos sino adentro, sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre es porque por el pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, o bien sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas dónde estaba. Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.

Ciudades Invisibles

Las ciudades sutiles

Italo Calvino

Se supone que Isaura, ciudad de los mil pozos, surge sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en la tierra largos agujeros verticales, han conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se ha extendido la ciudad: su perímetro verdeante repite el de las orillas oscuras del lago sepulto, un paisaje invisible condiciona el visible, todo lo que se mueve al sol es impelido por la ola que bate encerrada bajo el cielo calcáreo de la roca. En consecuencia, religiones de dos especies se dan en Isaura. Los dioses de la ciudad, según algunos, habitan en las profundidades, en el lago negro que alimenta las venas subterráneas. Según otros, los dioses habitan en los cubos que suben colgados de la cuerda cuando aparecen fuera del brocal de los pozos, en las roldanas que giran, en los cabrestantes de las norias, en las palancas de las bombas, en las palas de los molinos de viento que suben el agua de las perforaciones, en los andamiajes de tela metálica que encauzan el enroscarse de las sondas, en los tanques posados en zancos sobre los techos, en los arcos delgados de los acueductos, en todas las columnas de agua, las tuberías verticales, los sifones, los rebosaderos, subiendo hasta las veletas que coronan las aéreas estructuras de Isaura, ciudad que se vuelve toda hacia lo alto.


Ciudades Invisibles

“¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.

A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana”.

Italo Calvino